La película cuenta los frustrados intentos de un grupo de amigos de clase muy acomodada para juntarse a comer o a cenar, que acaban siempre frustrados por sucesos imprevistos y delirantes.
Los sueños, incluso dentro de otros sueños, son el hilo de conducción de la historia, igual que las tres secuencias en las que los seis protagonistas caminan, sin hablar, por una carretera en una especie de viaje a ninguna parte.
A través de sus andanzas y sus conversaciones vemos el vacío de la vida de estas personas, atrapadas por la absoluta intrascendencia de sus actos, sus diálogos y sus expectativas, aunque siempre elegantes y de modales exquisitos.
Crítica a la burguesía y a las instituciones
Buñuel retoma en esta película algunos temas habituales como la crítica mordaz a la burguesía y a la Iglesia, pero a través de la ridiculización y el sinsentido, sin caer en «el mensaje panfletario», sin dar «un puñetazo en el estómago del espectador», recuerda Fernando Ganzo, redactor jefe adjunto de ‘Cahiers du Cinèma’.
El orgulloso diplomático de un régimen dictatorial latinoamericano y los dignos burgueses se enriquecen con el tráfico de cocaína. Eso sí, uno de ellos afirma con aprensión: «Me horrorizan los drogadictos».
En cuanto a la Iglesia, el obispo trabaja como servicial jardinero de los burgueses
Sénéchal (eso sí, con el salario del convenio sindical y no menos), y acaba asesinando a un enfermo agonizante tras darle confesión.
El Ejército también está en la diana. El coronel que manda el grupo de oficiales fuma y comparte marihuana, con el argumento de que en Vietnam (recordemos que estamos en 1972) la consumen desde soldados rasos hasta generales estadounidenses.
Las menciones a la tortura y a los malos tratos en las comisarías no dejan en buen lugar a una policía francesa implicada en varios casos de excesos mortales en protestas políticas durante la década de 1960.
Pero, como todo o casi todo ocurre en el mundo de los sueños y con unos cuantos gags humorísticos de mucho nivel, Buñuel se sale con la suya con esa ácida cascada de golpes a la misma línea de flotación del sistema.
«La película acaba siendo muy eficaz por la forma que tiene de decodificar un mundo muy codificado, la sociedad burguesa, y por lo absurdo de las situaciones», pero también por «la contención» en la forma de unas críticas que «siguen estando ahí», añade Ganzo.
ambién destaca «la importancia» de la elección de los intérpretes, con Fernando Rey, Stéphane Audran, Delphine Seyrig, Bulle Ogier o Jean-Pierre Cassel, además del cameo de Michel Piccoli.
El rodaje fue un «lujo enorme» en el que «no paramos de reír», cuenta Ogier en su autobiografía «J’ai oublié» (2019). «Es el único film que podría ver a diario sin sentirme molesta por mi propia presencia», añade.
Ogier, que a sus 83 años es la única superviviente del reparto, explica en el libro que todos llamaban al director «Don Luis», como signo de respeto. «Nadie le llamaba Luis».
Esta película es un ejemplo de la fructífera relación de Buñuel con el productor Serge Silberman y con el escritor y coguionista Jean-Claude Carrière, fallecido en febrero pasado, durante su segunda etapa francesa, que incluyó títulos como «Belle de jour», «Tristana» o «Ese oscuro objeto del deseo».
ÉXITO INTERNACIONAL
Éxito internacional
La película tuvo un gran éxito a nivel de premios. Ganó el Oscar a la mejor película en habla no inglesa y estuvo nominada además a los de mejor director y mejor guión original.
En la estatuilla que ganó, derrotó a la española ‘Mi querida señorita’, de Jaime de Armiñán, y a filmes de Suecia, Israel y la Unión Soviética.
Fue nominada a cinco premios BAFTA y ganó dos (mejor actriz, Stéphane Audran, y mejor guión original) y también logró muchas candidaturas y galardones en Italia, Francia y Estados Unidos.
‘Tristana’ ya había sido nominada al Oscar a mejor película en lengua no inglesa en los premios de 1971, aunque no logró el galardón.
Buñuel era muy conocido en Estados Unidos, sus estrenos eran un pequeño acontecimiento en las grandes ciudades y se hablaba de ellos en las prensa nacional, recuerda Lisa Nesselson, crítica de cine y presidenta de Academie des Lumières, la asociación internacional de críticos que anualmente entrega el premio Lumiéres.
Residente en Francia, Nesselson nació y se crió en Chicago (EE. UU.), y recuerda que vio con 16 años la película cuando se estrenó en su ciudad.
«Buñuel era parte de la conversación pública», igual que otros grandes directores europeos como Truffaut, Bergman o Fellini, añade y cree que «El discreto encanto…» gustó en ese país «porque entonces el surrealismo había llegado a la primera línea de la cultura» en Estados Unidos.
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